DEFENSA ANTE SOBREVIVIENTES
ROSA AILLEO
TOMAS NERVI

 

 

Todxs luchamos contra el agotamiento. No el cansancio sino el agotamiento en general: la erosión de la información como resultado de su intercambio acelerado. Una pieza mecánica que se desgasta no es distinta de una noticia repetida en la radio, que eventualmente se va cargando de errores e inexactitudes. El agotamiento también está detrás del efecto del “dedo de camionero”, los errores tipográficos que pueden aparecer en un documento en la pantalla de la computadora, producto del sueño intermitente de la persona encargada de escribirlo o editarlo (y al que se compara con el pestañeo del conductor que lleva días manejando sin dormir). El conocido slogan “la información quiere ser libre” debería dejarle lugar a “la información quiere descansar a la sombra”. Irse de la ciudad y la comunicación rumbo a la sombra de los árboles es una constante de los movimientos de la vuelta a la tierra que proliferaron en los años 1960 y, también, del bushcraft, un estilo de vida que abraza los grandes bosques boreales y el equipamiento industrial de última generación que permite que casi cualquier persona (con los tutoriales adecuados que ofrece el mismo bushcraft como subgénero de entretenimiento online) pueda construir una cabaña decente con suficiente madera y un generador eléctrico a su disposición. Quienes sospechen en todo esto una forma de publicidad encubierta de cadenas como Easy o Home Depot! pueden exagerar, pero es evidente que el bushcraft tiene muy poco del compromiso ecológico y la interconexión planetaria del movimiento back to the land original.

Defensa ante supervivientes está inspirada en un caso particular de la subcultura bushcraft; Rosa Aiello y Tomás Nervi hicieron una versión de los tutoriales bucólicos e industriosos del canal de Youtube Bushradical, que convirtió la vida off-grid en la oportunidad para la microcelebridad online y una entradita adicional de dinero. “More simple and close to the earth” es la consigna de este youtuber, cuyo estilo de vida a la vez es característicamente menos sustentable que el del trabajador creativo precarizado de cualquier metrópolis (gran parte de la tarea diaria del protagonista consiste en hacer leña sin culpa y quemarla en la estufa). La reencarnación del protagonista en el patio interno de un departamento de San Telmo y una granja en la campiña italiana tiene algunos dejos de ambigüedad constructiva: es claro que el protagonista no está off-grid, y su empleo de la red de gas corresponde al clímax del video (el momento de lavar los platos después de hacerse un asadito).

La cabaña que completa la exhibición podría ser un guiño a la claustrofobia de los grupos de amigos y la interconexión profesional: un espacio cerrado, un tabernáculo inaccesible a las redes, un metro cuadrado de soledad revestido de ilusión off-grid. Pero ya no hay lugar para la querulancia ni para el desánimo. En esta pieza, la imagen del bushcrafter como edutainer no tiene dobleces; este individuo de mirada algo dura podría cargar con un pasado de frustración creativa, como parece indicarnos al largar un suspiro mientras prende fuego partituras viejas para encender la leña, pero toda su vida transcurre frente a la cámara y frente a su comunidad de seguidores, que con cualquier excusa recibe una carga fuerte de su fraseología simple hasta lo esotérico. (“Hay leña buena y leña no tan buena…” ¿Qué quiere decir?) El bushcraft también tiene aparejada una especie de masculinidad literaria de frontera: el gaucho solo que matea en el rancho, el gaucho malo que se ha escapado y el oficial que vigila el horizonte desde el fortín, los tres comparten con el protagonista del video la mirada metafísica frente al crepitar de las brasas. Defensa ante sobrevivientes no ofrece soluciones sino un paréntesis a los sentimientos de culpa. “Unas pocas hectáreas de madera y una buena estufa de leña sólida es como tener dinero en el banco”. El nuevo bushcrafter ya no se defiende de las redes, y donde quiera que esté trata de aprovechar lo que hay: propano, naranjas, un churrasquito, un calefón. Bien puede ser que la construcción de pequeños altares escultóricos hechos con material de descarte, que hoy podrían parecer un contrapeso de las técnicas de impresión más novedosas, sea una forma posible del arte en un futuro con algo de tecnología disponible y, con suerte, arbustos: algo más o menos torpe en un rincón luminoso de la cabaña posthumana, inaugurado con ocasión de un aniversario. Sin hacer un drama, sin ningún enrosque neurótico, pero con un remate pegadizo si es posible: “espero que ustedes hayan tenido un gran día también”.





Claudio Iglesias